Por Adriana Palacio
La solidaridad me conmueve, toca las fibras más profundas de mi ser. Me emociona y reconforta. Me hace sentir que todavía hay mucha gente buena por conocer; que hay mucho por dar, por compartir y aún por recibir. Me recuerda que la bondad y la generosidad están al alcance de todos. Hasta pone a tambalear las barreras y armaduras que con gran empeño he levantado.
Pequeños gestos que significan tanto y con gran impacto como la desconocida que lleva su gato a la veterinaria para ver si puede salvar la vida de la tuya; la satisfacción de poder conseguir una cita médica que cambia la vida de alguien; la amiga que te acompaña en un gélido muro el tétrico y lluvioso amanecer del 24 de diciembre cuando te avisan que tú mamá se acaba de morir; las amigas que te ayudan a curar las heridas físicas y emocionales y la tía que repartió las tarjetas de tu matrimonio porque estabas muy ocupada trabajando. Otros tantos como cuando una llamada a la persona indicada logra que una niña universitaria apesadumbrada por la reciente muerte de su mamá pueda graduarse a tiempo; la secretaria del consultorio médico que con solo oír tu voz ya sabe para cuando necesitas la cita y siempre te la consigue y la conocida que se apiadó de tu soledad en un receso de clases, te invitó a sentarte con ella y ahora es tu gran amiga, tanto así que tuvo a su hija el mismo día de tu cumpleaños sellando así el pacto de una gran amistad, etc. Tengo un extenso listado de ejemplos que hasta requiere índice alfabético.
Pienso que pocas veces dimensionamos el impacto positivo que un gesto de solidaridad puede tener. Por afán, por descuido o por egoísmo no miramos más allá de nuestras narices y creemos que solo valen la pena los grandes gestos heroicos y las hazañas para las cuales no estamos hechos.
Tocar la vida de otros es más simple de lo que parece, basta con reconocernos en el otro, en sus sentimientos, afectos, temores, sueños, en su realidad. Cuando obramos de forma solidaria si bien estamos ayudando a otra persona, somos nosotros mismos quienes más nos beneficiamos al comprobar el inmenso poder transformador que alberga nuestro corazón.